Por P.V.

Los franceses inventaron el automovilismo. Fue la París-Rouen de 1894 la primera carrera de automóviles de la historia, sí. Y también inventaron el Grand Prix, el antecedente más lejano –algo así como el eslabón perdido- de la Fórmula 1.

Pero nosotros también tenemos nuestro acerbo. Nuestra rica historia automovilística como no hay diez en el mundo. ¿Tenemos que esperar que los franceses nos traigan su carrera para disfrutarla? ¿Por qué no podemos organizar nosotros mismos algo parecido?

Ahora medio que se la llevan, ¿no? Durante tres años la popularizaron en Sudamérica y ahora salen a la caza de otras gruesas faltriqueras gubernamentales. ¿Cuánto falta para que el Dakar sudamericano parta de Río de Janeiro?

¿Y qué vamos a hace, entonces? ¿Quejarnos? ¿Solo quejarnos?

En la Argentina hacíamos carreras de autos a menos de una década de que los franceses la inventaran. ¿Nos vamos a achicar? Tenemos un incipiente rally cross-country que ahora recorre por segundo año consecutivo la Ruta 40. En 1949 –es decir, hace más de 60 años- ya lo hacía el Turismo Carretera. ¿Por qué no podríamos tener algo parecido que, a la vez, fuera distinto de todo lo que vemos los domingos?

Ahora se viene la monomarca Bora 1.8 turbo, unos bichos potentes y respetables, al decir de Alejandro Solga, el jefe del departamento técnico de la ACTC, que participa en la elaboración de los autos. Los van a manejar quienes tengan billetera fácil y robusta. Otra monomarca más, para ser televisada en horario de alborada y rezando para que e invierno la niebla no impida las carreras. Lucrativo, sí, ¿cuál es el problema? Ninguno. Pero al automovilismo no le va a agregar absolutamente nada.

¿Qué habría pasado si en lugar de 20 sedanes se hubiera pensado en 20 camionetas más o menos picantes, de la misma marca si lo que se quiere respetar es un convenio firmado, para crear una especie de Turismo Cross Country (TCC) con pilotos como los que, por ejemplo, cuando pasan del TC al Dakar, descubren una nueva dimensión competitiva?

Cuando este cronista recorría no hace tanto, con su digno pero escasamente potente automóvil particular, tramos como Mina Clavero-Giulio Cesare, El Condor-Copina, Ascochinga-La Cumbre o Capilla del Monte-San Marcos Sierra, por mencionar algunos caminos que producen deleite al ser manejados, pensaba cuánto deleite más podría proporcionarle a los verdaderos pilotos (que uno no lo es ni se siente) atravesar esos tramos en vehículos especialmente preparados para la ocasión, midiéndose contra el reloj. (Eso, sin dejar de reconocer que los del Rally Argentino son verdaderos pilotos; que se entienda: de lo que se habla es de ampliar horizontes, no de restringirlos).

Si el Dakar permitió recuperar en la Argentina, de alguna forma, parte de la esencia deportiva de unir territorios a través de los caminos, ¿por qué no puede ser posible recrearlos respaldados en el riquísimo historial del automovilismo autóctono, que hasta fue capaz de producir cinco títulos del mundo?

Solo una idea. Pero si el TC fantasea con reunir multitudes al borde del camino para celebrar su 75º aniversario, el año que viene, aquí tiene una línea de pensamiento para que la cosa no se quede, solamente, en una caravana a Mar del Plata.

O en lo que los franceses quieran vendernos.

4/4/2011